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Publicado: 21/02/2010
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Fuente: Página 12 Turismo

Febrero es para los riojanos el mes de la Chaya, su principal fiesta popular. En los barrios, en los pueblos y en las calles se mezclan la harina, la albahaca y el vino para celebrar una tradición ancestral que, con un toque de desenfreno y otro de mascarada, borra todas las fronteras sociales.

Los chicos “carnavalean” con la harina y la albahaca de la fiesta de la Chaya.

Hay embrujos que se repiten, y rituales que renacen cada año con nuevas energías, hasta que se convierten en tradición. Pero no hay fórmulas mágicas para lograrlo: sólo cierta conjunción misteriosa entre las ganas de sacudir la rutina y la arraigada memoria de ritos ancestrales. Peteco Carabajal lo canta bien, en “Viejas promesas”: “Para febrero nace una ilusión/ Chaya, La Rioja, flores de amistad/ Tierra y harina piel antigua/ Rejuveneces por el beso/ Que te da, tu carnaval”.

La Chaya es sinónimo de La Rioja, del calor veraniego, de amistad y una alegría tal vez pasajera, pero destinada a aliviar por unos días padecimientos que a veces acumulan siglos de historia. Coincide con los carnavales de febrero, y se celebra en toda la provincia con distintos matices y actividades variadas, atrapando a los riojanos y a los visitantes, incluso a los más reacios que se resisten un poco en principio a dejarse llevar. Sin embargo, es difícil escapar a la contagiosa alegría popular: los topamientos en los barrios, el Festival de la Chaya, la harina y la albahaca que a todo le ponen una capa blanca y un aroma especial, los corsos carnavalescos..., cada ciudad y cada pueblo se hermanan en un desenfreno bien regado de vino, que desafía el calor y las convenciones porque es el tiempo en que todo está permitido. La harina precisamente, junto a otros elementos más actuales como la pintura o la pomada para zapatos, tiene un objetivo que no es mera fiesta: porque al teñir las caras y las ropas de los participantes en los ritos, se borran simbólicamente las fronteras sociales y económicas que durante el año separan a la gente. La Chaya, entonces, hermana en la alegría.

Origenes ancestrales

Los orígenes de la Chaya, como los de otras fiestas populares nacidas en tiempos remotos, tienen significados de diferente interpretación. Pero todos coinciden en indicar que la fiesta nace en la época en que los diaguitas eran dueños y señores de los valles y quebradas de la actual provincia de La Rioja, la provincia de las montañas rojas y los gigantes de piedra.

Cada año, las tribus diaguitas se sumaban al ritual de agradecimiento a la Pacha Mama (la Madre Tierra, a la que también llamaban Allpa Huama) por las bondades recibidas y la fructífera cosecha nacida de sus entrañas. Sobre todo agradecían por el algarrobo, el árbol más importante de la economía y la tradición diaguitas. Coinciden los especialistas en relatar que vivía, en una de estas tribus, una hermosa joven llamada Challai: tan bella era que los diaguitas la consideraban un homenaje viviente a la Madre Tierra.

A partir de aquí, sin embargo, la leyenda se bifurca. Cuentan algunas versiones que Challai, la Chaya, se enamoró de un colono rubio que pasaba por la región junto con su familia. Otros dicen, en cambio, que la joven se enamoró de Pujllay, una suerte de semidiós picaresco que terminó convertido en el espíritu del carnaval diaguita-calchaquí. Fuera uno u otro, era un amor destinado a no cumplirse. Ni la Chaya fue aceptada por la familia del colono, ni el Pujllay correspondió a sus sentimientos. Desengañada, hundida en la decepción, la joven se internó en las profundas quebradas de las montañas riojanas, mientras el resto de la tribu salía a buscarla con desesperación. Y se dice que, justo cuando estaban a punto de encontrarla, la Chaya se transformó en nube, y en convertida en nube ascendió a los cerros. Pero su partida no fue para siempre: ayudada por los ritmos de la naturaleza, cada mes de febrero cumple con su regreso, convertida en el rocío que se vierte sobre las flores del cardón como lágrimas derramadas por un imposible amor. También Pujllay, ebrio y con el corazón roto, muere consumido en las llamas de un fogón.

La Chaya y el Pujllay, separados por la tragedia de la leyenda, se ven reunidos hoy en la alegría de la fiesta riojana. Ella les da nombre a los festejos; él se representa con un muñeco desgarbado que preside los vaivenes chayeros desde su desentierro, en el primer día, hasta el entierro o la quema que marca el final de la fiesta y el regreso a la calma.

Lluvia de harina sobre las cabezas durante los “topamientos” en las calles.

Harina, Albahaca y Vino

La Rioja es una capital tranquila, de casas bajas acomodadas en manzanas silenciosas en torno de la plaza principal, con las iglesias –la Catedral, la de San Francisco, la de Santo Domingo, la Merced– encargadas de poner una página de historia en el centro de la ciudad. Pero la tranquilidad se disipa cuando llega febrero y los barrios se transforman en escenario de los topamientos, una de las esencias de la Chaya.

Los topamientos son enfrentamientos amistosos entre hombres y mujeres, que al llegar al centro de la calle se arrojan, como símbolo de confraternidad, agua y harina. Prevalece el más rápido, el más audaz, el más embebido del ritual chayero: pero al final todos están blancos por igual. Nada sería lo que es sin el acompañamiento indispensable del vino, las empanadas y la albahaca, al son de una música popular destinada a hacer olvidar las penas, borrando resquemores y diferencias. Mientras tanto, dos personajes comandan la ceremonia, el Cumpa y la Comadre, con el Pujllay siempre presidiendo la fiesta. Durante toda la tarde, los vecinos bailan al ritmo de música folklórica, a veces con grupos en vivo, siguiendo la particular “liturgia chayera” de cada barrio: una liturgia que abarca los topamientos, las hogueras, los juegos a ver quién se lanza más agua y barro, el baile al son de los cuartetos.

Para acompañar el entusiasmo que le pone la gente, desde hace algunos años el municipio de La Rioja capital organiza el “febrero chayero”, que busca premiar el trabajo y reconocer la dedicación de los riojanos hacia la fiesta. Así, cada año hay reconocimientos para el mejor topamiento, el mejor Pujllay, la mejor caja chayera, la mejor comparsa o la mejor vidala de autoría de los propios vecinos. Este año, la fiesta –que hoy verá la quema del Pujllay– se extiende hasta el 27 de febrero, y concluye el último fin de semana del mes con un desfile de comparsas por el centro de la ciudadz

Fuente: Página 12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/turismo/9-1728-2010-02-21.html


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